La Felicidad No Existe

Ojalá pudiera ser como él. Me gustaría dejar de sufrir. Qué mal me siento. ¡Pobre de mí! No es mi culpa, ¡yo no tuve la culpa! Si las cosas fueran distintas, al fin podría ser feliz.

¿Te suena familiar? Seguro que tú también, en algún momento de tu vida, has dicho o pensado algunas de estas frases. Pero, ¿alguna vez te has detenido a reflexionar sobre lo que realmente queremos? ¿Soy feliz? ¿Qué es la felicidad? ¿Se puede alcanzar realmente?

Es evidente por el título de este artículo cuál es mi postura frente a estas preguntas: la felicidad no existe. Al menos, no en términos absolutos. Mientras más lo pienso, analizo mi entorno y observo los movimientos sociales actuales (como la victoria de Donald Trump en el año 2024), me doy cuenta de que nuestra percepción de la realidad y la búsqueda de la felicidad individual están profundamente condicionadas por creencias socioculturales que escapan a nuestra consciencia.

Esta incapacidad de cuestionar y entender el lugar que ocupamos en un momento particular de nuestra vida —ya sea en términos sociales, laborales, románticos o espirituales— limita nuestra claridad. Y, por ende, también limita nuestra capacidad de actuar de una manera ética y digna, priorizando nuestros valores, respetando a los demás y evitando posibles conflictos de conciencia en el futuro. Con este contexto, podemos plantearnos lo siguiente:

¿Qué es la felicidad?

Hoy en día, la palabra "felicidad" se ha convertido en un sinónimo de "orgasmo". Sí, hablo del orgasmo que estás pensando. La felicidad moderna no es más que un placer pasajero.

Desde un punto de vista superficial, resulta interesante analizar esto. ¿No es acaso eso mismo lo que buscamos diariamente en nuestras vidas? Fiestas, drogas, redes sociales, reuniones, sexo y demás formas de placer. Aunque todas estas actividades forman parte de las normas del constructo social moderno, no son más que una máscara que oculta una búsqueda más profunda: ser felices.

Sin embargo, lo que conocemos como felicidad debería llamarse “dicha”. La dicha es un estado de aceptación total, calma interna y bienestar físico con nosotros mismos, tanto interna como externamente, sin necesidad de nada más. Un estado de plenitud absoluta.

Y aquí es donde entra mi creencia:

La felicidad no existe.

Lamentablemente, nunca seremos felices. Al menos, no bajo el concepto y entendimiento de felicidad explicado anteriormente. Porque debemos aceptar que lo que te hace “feliz” a ti no es lo mismo que me hace feliz a mí.

Por ejemplo, ir de fiesta todos los fines de semana no me llena; me hace sentir vacío, como si algo me faltara. Sin embargo, para ti, tal vez sí lo hace. La música, las personas, el ambiente y bailar te dan ese sentido de pertenencia que te provoca ese "orgasmo" del que hablábamos antes. ¿Me sigues? Eso espero (jaja).

Con esto en mente, para alcanzar la dicha se necesitan dos cosas: ser consciente y tener valor.

Lamentablemente, vivimos en una sociedad donde cuestionarnos está mal visto, tanto por los demás como por nosotros mismos. Cuestionarse implica ser crítico con uno mismo, preguntarse si quien eres hoy es realmente tu ser o el resultado de la manipulación de tu entorno.

Esta reflexión inevitablemente te llevará a cuestionar a quienes te rodean y, posiblemente, a descubrir una realidad que te invite a tomar acción. Por esa razón necesitas valor para ser dichoso.

Ser dichoso es un acto egoísta.

En un mundo donde la mayoría busca la felicidad rodeado de los demás, quienes persiguen la dicha dejan huellas eternas que no pueden borrar. Esto ocurre porque la búsqueda de la dicha trasciende lo efímero; busca lo eterno. En cambio, la felicidad moderna se aferra a lo pasajero.

Entonces, ¿qué buscas tú?

SER VERGAS.

- Andrés Romero